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Enfrentando las adversidades con amor y fe



A mis trece años mis padres se divorciaron y como joven con una figura de padre ausente, comencé a buscar relaciones poco saludables, al poco tiempo, en una de ellas fui víctima de violencia doméstica, ésta me llevó a desmejorar mi apariencia y dudar de mi capacidad intelectual; con el tiempo y con la ayuda de terapistas, amigos y familiares, pude salir hacia adelante y rehacer mi vida. Yo sabía que tenía el potencial para ser una mujer exitosa, pero la inseguridad y la baja autoestima querían sacar lo mejor de mí.

Luego de involucrarme durante más de quince años en las actividades filantrópicas de mi madre, en una de ellas conocí a un hombre que al verme llegar se impactó con mi belleza, algo que yo no creía, pues casi nadie me lo había dicho. Él insistió en conocerme más y me aseguró que era diferente, pero se me hacia difícil creerle, sin embargo, con su entusiasmo, dedicación, pasión y tiempo me mostró que tenía el compromiso para comenzar una relación sana, algo que por años había soñado.


Al poco tiempo tuve la oportunidad de conocer su maravillosa familia, quiénes con su ejemplo me mostraron de dónde venía tanto amor de la persona que estaba a mi lado. En diciembre, de ese mismo año, nos llevamos la sorpresa de que íbamos a ser padres, algo que nos dejó estupefactos; tuvimos una mezcla de emociones, pues los médicos nos habían dicho que nuestras probabilidades de tener hijos eran pocas y por otro lado, sentíamos que no estábamos listos para ser padres, pues aún vivíamos con nuestras respectivas familias, teníamos menos de un año de relación y el miedo al qué dirán. Ese temor era tan fuerte que le pedí consejos a varias personas y me presentaron la opción de terminar el embarazo.

En base a eso, solicité el número de una Clínica de Aborto, me orienté vía telefónica para solicitarles apoyo, pues no estaba segura de la decisión que estaba por tomar, pero quería saber su experiencia trabajando ahí. “Aquí vienen mujeres a cada rato para hacerse un aborto, es un procedimiento fácil y rápido; básicamente, te hacemos un sonograma, confirmamos que hay un feto y lo sacamos; en Puerto Rico es legal hasta las 12 semanas” me dijeron. Culminaron, “puedes estar tranquila, lograrás tener hijos después como si nada hubiera pasado y sin complicaciones.” Así que con ese “pep talk”, escogí hacer la cita, yo sabía que tenía que avanzar, pero aún no estaba segura con la decisión de acabar un embarazo, sentía que estaba finalizando una vida y que no estaba siendo responsable con mis acciones, lo veía como un capricho, una solución fácil y rápida para evitar humillaciones, era una escapatoria para una vida libre de ataduras en la cual podía disfrutar de viajes cuando tuviera ganas de hacerlo y salir sin limitaciones, además, estaba empezando una relación así que era la oportunidad perfecta para continuar conociendo a mi pareja y cuando llegara el momento, pues tener hijos.


En fin de cuentas, entendí que era lo mejor para todos, así que salí para mi cita, pero la duda se apodero de mí y pensé en mi amiga de la universidad, una mujer que es pro vida. Decidí escribirle un mensaje de texto y luego me pidió que la llamara, me contestó: “Yo necesito hablar contigo y es en persona.” Mi amiga, me llevó a un salón en una parroquia, un lugar muy lindo, se sentía la presencia de Dios y una calma inexplicable; estábamos sentadas, ella, yo y en mi vientre llevaba a mi bebé. Me miró fijamente a los ojos y comenzó a llorar, me dijo: “Yo no puedo creer lo que tú estás pensando, ¿realmente es algo que quieres hacer?, yo te conozco y jamás en mi vida pensaría que harías cosa igual.”

Me quedé observando y realmente no sabía qué hacer, pues a mí me habían dicho que era sólo un feto y que no pasaba nada al recibir un aborto. Al rato, procedió: “Es que no entiendes, lo que llevas en tu vientre, por más pequeño que sea es vida, es tu bebé y te escogió a ti para venir a este mundo, no la hagas culpable de un acto que cometiste, no tengas miedo al que dirán, al contrario levántate y sé responsable, ese bebé viene con un propósito, cuál es, no sé, pero confía que Dios tiene un plan para ella.”

Continuó diciéndome: “Yo no creo que es casualidad que me estás contactando a mí”, dijo: “Yo sé que en el fondo quieres tener a tu bebé y yo te prometo que aquí estaré para apoyarte y no te dejare sola”. Me abrazó y me dijo: “Ven, vamos a la Capilla de la Adoración Eterna y de paso quiero que conozcas un ministerio muy especial.” Ella me contó que quería ser parte de un milagro de vida, algo que había declarado cuando inauguraron el centro, el mismo es un espacio seguro para mujeres que están embarazadas y se comprometen en apoyarlas en el proceso para continuar con esa vida que está por llegar.

Y así fue, después de largas horas en evaluar la decisión de continuar con el embarazo, decidí cancelar mi cita en la clínica de aborto, algo que me pareció interesante, pues la persona que atendió mi llamada, en lugar de alegrarse, se molestó; de hecho, puso en duda le decisión que había tomado, luego me preguntó si estaba segura y que si mejor quería cambiar la cita, pero que avanzara, porque el tiempo se acababa.

Mi amiga, fue fiel, todos los días, antes de entrar a su trabajo, se aseguraba de preguntar por la que llamaba “su bebé”. Ese fue un apoyo enorme, pues en un mensaje de texto me transmitía paz y seguridad, pues sabía que todo iba a estar bien. Mientras tanto, seguía aterrorizada con la idea de contarle a mi madre, así que tomé un avión y me fui de viaje a visitar a mi hermano y claro, reflexionar ante lo que se aproximaba. Al regresar de mi viaje, le pedí a mi pareja que me acompañara, pues era crucial su apoyo para llevarle el mensaje a mi mamá y sin titubear me acompañó, de hecho, fue él quién le dio la noticia y para mi sorpresa, mi madre, se alegró y comenzó a llorar de la emoción.

Poco a poco fui llevándole la noticia a amigos y familiares y para mi asombro, no me juzgaron, se alegraron. A los dos meses de embarazada, escogí mudarme con la familia de mi esposo, pues él quería cuidarme y sabía que iba a recibir su apoyo, al ser la única bisnieta para su familia ellos añoraban ver todo el proceso; su abuela todas las mañanas se aseguraba que tuviera mi desayuno y mis meriendas, decía: “Tienes que alimentarte bien y descansar, tenemos que cuidar a esa bebé.”

Con el tiempo, nuestras necesidades aumentaron, descubrimos que íbamos a tener una niña y su abuela nos dio su hogar para crear nuestra familia, pero antes escogimos casarnos, una de las mejores decisiones de mi vida, pues me gané un hombre maravilloso que devolvió la esperanza de que el amor verdadero existía y acompañado vino una grandiosa familia: una madre extraordinaria, una cuñada sabia y un cuñado brillante. Además, un padre apasionado por la vida, dos bisabuelos dignos de admirar, que de hecho era nuevo para mí, pues mis abuelos habían fallecido poco antes de mi nacimiento y tíos y primos con mucho que enseñar.

Enfrentar las adversidades con amor y fe

Comenzamos a ir a nuestras citas mensuales y al ver que todo estaba bien decidimos irnos de viaje, al regresar, fuimos a la cita de rutina, nuestra hija cumplía siete meses de gestación, pero algo andaba mal: el peso y el líquido amniótico comenzaban a bajar. Ese fue uno de los días más largos de mi vida, estuvimos horas en el hospital, pero gracias a Dios, todo estaba bien, sin embargo, me retiraron del trabajo y me diagnosticaron un embarazo de alto riesgo.

A la semana siguiente, mi esposo se quedó sin trabajo y nos preocupamos, faltaba casi todo para nuestra bebé y con el poco ingreso que generábamos, no sabíamos cómo lo íbamos a lograr. Ahí fue que comenzaron a llegar más ángeles: en mi trabajo, en mi familia y un grupo de buenas amigas nos hicieron cada uno un “baby shower”; no tan sólo eso, diferentes organizaciones a las que habíamos pertenecido nos hicieron donativos para nuestra bebé. Esa experiencia nos sirvió para unirnos más como pareja y poner todo en las manos del Señor, pues al ser un embarazo alto riesgo, mi bebé y yo necesitábamos una buena atención y quién mejor que su papá. Ahí fue que enfrentó todas las adversidades y mostró ser un hombre victorioso.

Nosotros continuamos visitando al médico, pero la bebé seguía igual, nuestra dula, nos apoyó en el proceso y nos dio consejos de cómo manejar la situación. Al ver que la criatura no aumentaba de peso, las visitas mensuales pasaron a ser semanales y además de los sonogramas, añadieron las correas es decir ir al hospital una vez a la semana para monitorear al bebé. Algo que escogimos verle el lado positivo, pues tuvimos la oportunidad de conocer unas enfermeras maravillosas que fueron comprensivas en todo el proceso y que nos sirvieron de aliadas al momento del parto.

A las treinta y cinco semanas de mi embarazo, tuve un accidente automovilístico y de emergencia me llevaron el hospital en ambulancia, una vez más mi esposo y su familia mostraron el compromiso que tenían conmigo y en todo momento me acompañaron, después que me atendieron los paramédicos, las enfermeras y mi dula, el doctor entró e indicó que todo estaba bien. El accidente, presentó otra adversidad, no íbamos a tener nuestro carro disponible para la llegada de nuestra hija, pero en ese momento, otro de nuestros ángeles entró en acción: mi cuñado. Él nos prestó su carro para recibir a nuestra bebé y el mecánico terminó el carro en tiempo récord para hacer ese recibimiento uno especial.

El nacimiento de mi niña

Un mes después, llegó el momento tan esperado, quizás no de la forma que añorábamos, pero al menos sabíamos que era lo mejor para nuestra bebé, el líquido amniótico estaba en estado crítico y había que inducir parto urgente. Me dieron la oportunidad de tener un parto natural, así que después de treinta y dos horas de contracciones, muchos ejercicios de respiración, una placenta negra y cordón umbilical blanco, llegó al mundo un tres de agosto, nuestro milagro.


Su llegada fue un poco común, pues al estar bajo en peso, por su seguridad, la ingresaron a NICU (Neonatal Intensive Care Unit), así que mientras nuestra hija luchaba por su vida, yo estaba en el hospital, en una cama en recuperación, las primeras veinte cuatro horas de su llegada las pasamos distanciadas. Un sentimiento que no se puede explicar, algo que mujeres con niños prematuros pueden entender. Ver a tu hija a través de una incubadora y no poder abrazarla ni besarla, saber que en cuestión de horas ella se podía quedar en NICU o podía irse a su casa con mamá y papá era aterrorizador. Ahí llegaron más ángeles, diferentes familiares y amigos nos recibieron en su hogar cerca del hospital para estar junto a nuestra hija el más tiempo posible. Después de una semana larga y muchas emociones encontradas, le dieron de alta.

Al llegar a casa, la primera amiga en visitarla fue la que intervino por ella en la parroquia, ella quería tomar en sus brazos a la bebé por la que tanto había orado y celebrar que ambas habían nacido un día tres como lo había declarado. Con el tiempo, descubrimos que nuestra hija tenía reflujo e intolerancia a la proteína de leche de vaca, algo para que no nos habíamos preparado, tanto así que tuvo que ir a varios especialistas y pasó desde la leche materna hasta la última fórmula en el mercado, todo esto me llevó a desarrollar depresión post parto; algo que pasa más de lo usual, pero que pocos hablan. Sentía que todo era mi culpa y no entendía por qué esto me estaba pasando; yo había hecho todo “by the book” desde las clases de lactancia hasta crianza infantil y mejor no me pude haber cuidado hasta tenía una nutricionista durante todo el embarazo y ni hablar del inmenso apoyo que recibí desde familia, amigos, terapistas, líderes religiosos y extraños.

En ese transcurso, llegó la cita de seguimiento post parto, ahí nos esperaban los resultados de la placenta para entender qué había pasado con nuestra bebé durante el embarazo. El doctor tenía un papel en la mano y dijo: “Wow! Esto lo explica todo.” Nos entregó el documento y dijo: “Lean ese párrafo” procedió “Su hija tuvo placenta previa, infarto en la placenta y coágulos de sangre. ¿Cómo lo logró? No sé, pero les puedo decir que fue un milagro, su hija está completamente sana.” Fuimos testigos de que ante todas las adversidades, una vez más, esa niña venía con un propósito enviada por Dios.

Esa misma semana comenzamos a evaluar a las madrinas para nuestra bebé y no dudamos que una de ellas iba a ser mi amiga, ella estaba desde el principio y tenía muy claro los caminos del Señor, adoraba tanto a “su bebé” que en su foto de perfil del celular tenía una foto de mi bebé sentada sonriendo ante la cámara. Claro, ella aceptó ser la madrina y comenzamos a evaluar fechas para el bautismo, entre ellas el diecinueve de marzo, sin embargo, por otras circunstancias se puso “on hold”.

La madrina de mi hija se fue al cielo

El dieciocho de marzo, mi familia se fue de visita al museo de Carolina, algo que nos alegraba mucho, pero para llevar a un infante, era un poco complicado, sin embargo, aceptamos la invitación y decidimos ir. Le escribí un mensaje, como de costumbre, a mi amiga y no contestó, decidí entrar a Facebook para ver porqué se demoraba en su respuesta y ahí me llevé una de las noticias que marcaron mi vida para siempre, la madrina de mi hija había llegado al cielo. Desde allá arriba nos estaba enviando un mensaje, la parroquia en donde intervino por la vida de “su bebé”, estaba a sólo pasos del museo. Escogimos ir a visitar al Santísimo y dedicarle una oración. Ese día le hicimos una promesa: “Gracias por intervenir por nuestra hija, nosotros llevaremos tu legado.” Desde entonces, hemos sido voluntarios en numerosas organizaciones y fundaciones que luchan por la vida. En ellas, tenemos la oportunidad de apoyar emocionalmente a otras familias que han pasado por lo mismo que nosotros y motivar a otros para que hagan lo mismo como nos enseñaron nuestros ángeles.


Una nueva prueba llegó a la vida de Zoraima…

Al mes siguiente, fui a la cita post-parto al mes, todo salió bien, sin embargo, a los seis meses regresé para un Pap Smear de rutina y ahí me llevé la noticia. Cuando llegué me dijo: “Los resultados de la patología del ‘Pap Smear’ llegaron e indican que tienes células cancerosas a causa del Virus del Papiloma Humano tipo dieciséis y dieciocho. ”Me quedé en paz, pues sabía que era otra adversidad que tenía que enfrentar con la mente en alto y le contesté: “¿Qué es lo próximo?” Me indicó: “Tenemos que referirte a un oncólogo ginecólogo y es ya.”

Como Dios es fiel, llegaron más ángeles y entre el doctor y una buena amiga, me consiguieron la cita en menos de una semana. El oncólogo me atendió, confirmó los resultados y cambió el diagnóstico para células pre cancerosas, lo que significó que el cáncer cervical estaba por empezar y que con un procedimiento de LEEP Cono se podía resolver. Poco tiempo después me operó exitosamente y escogí contar mi historia para que otras mujeres asistieran a sus citas de rutinas con el ginecólogo para cuidar su salud femenina, pues a mí me había salvado de una posible tragedia.

¿Por qué te consideras una Mujeres ante la Adversidad?

Me defino como una Mujer Ante la Adversidad porque en cada tropiezo que me ha presentado la vida he escogido ver el lado positivo de la situación, ya que soy fiel creyente en la palabra de Dios y que él tiene un propósito con cada uno de nosotros. Desde muy niña hasta el sol de hoy he enfrentado numerosas situaciones, sin embargo, ante todas ellas he salido victoriosa, pues confío en la palabra que dice: “En el mundo tendréis aflicciones, pero confiad, yo he vencido al mundo (Juan 16:33).”

Zoraima Figueroa

Periodista y madre

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